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A no engañarse

11 de julio del 2014


Una delgada línea separa al optimista de aquel que distorsiona la realidad. Quizás eso explica por qué en Chile, sin cuestionamientos, hayamos hecho nuestros muchos de los problemas de naciones ricas e, incluso, algunos propongan implementar sus soluciones. Pero no nos saquemos la suerte entre gitanos: no somos ni tan ricos ni tan prósperos. Basta escarbar un poco en nuestra realidad para encontrar nuestra identidad.

21:30, Maipú: Corte de luz. Llamada a Chilectra. Dos rings y contesta una amable mujer. Le explico el problema y responde sin vacilar: "Ya estamos trabajando en el corte, despreocúpese". ¡Qué eficiencia! Me quedo tranquilo. 23:30: El problema persiste. ¿Le entendí mal a la operadora? 6:00: ¡No ha vuelto la luz! Llamo nuevamente y ahora la respuesta es tan sincera como absurda: "Es que los técnicos requieren luz de día para trabajar". Irónico que Chilectra necesite trabajar con luz, ¿no?

12:15, Santiago Centro. Paso por un café en una cadena internacional. Me toca llamar la atención de tres jóvenes trabajadores que, molestos, despegan la vista de un televisor. ¿Cómo tan desconsiderado de interrumpirlos en el trabajo, cuando están viendo un partido del Mundial (no juega Chile)? Creo que nunca me habían servido un café tan rápido e insípido.

13:00, trámite en el Registro Civil. Saco número en quiosco electrónico y veo cómo estos avanzan en modernos monitores. 13:15: Se alarga la espera, se cayó el sistema. 13:30: Le pregunto al guardia dónde está el baño. "No tenemos baño para el público", me dice. ¿Cómo puede ser que en un lugar en que por definición hay espera no exista un bendito baño?

14:30, Vitacura: Almuerzo en moderno restaurante. Su fachada me recuerda los de Nueva York. Pero el espejismo dura poco, pues al entrar un mesero me enrostra en mal tono el no haber cerrado la puerta. 14:45: Aparece otro mesero. Le pregunto qué me recomienda y me recita el menú. Insisto: "No, quiero que, por favor, me recomiende un plato, el menú lo puedo leer yo". Réplica: "Todo es bueno aquí, caballero". 15:15: Aparece "mi" plato. Nunca sabré si había algo mejor.

17:00, al aeropuerto vía moderna carretera: "¿Cómo va el negocio?", le pregunto al taxista. "No me quejo", me responde, agregando: "Pero estos viajes al aeropuerto son malos. El monopolio de los taxis oficiales me impide recoger pasajeros. Yo cobraría menos que ellos, pero no me dejan. El pasajero es el que pierde". La tiene clara el conductor. Y pensar que después culpamos al mercado.

Por Sergio Urzúa,  A no engañarse

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Prensa Escrita

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Columna

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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