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Cada día no puede ser peor

2 de septiembre del 2017


Hay renuncias y renuncias. Algunas se exigen, otras se ofrecen. A veces se aceptan, en ocasiones se rechazan. Pueden reflejar el empoderamiento del renunciante o su debilidad, la solidez de la organización o su fragilidad. ¿Aplica esto a la política? Por supuesto. Toda autoridad lo sabe y juega en función de esas reglas. Por eso desmenuzar las razones de cualquier "renuncia" es casi un acto republicano. El proceso forense informa de la salud de la administración, y en último término, de la calidad de su liderazgo. Entonces, ¿por qué "renunció" todo el equipo económico de la administración? La principal hipótesis se alojaría en las diferencias entre los ministros (y la Presidenta) respecto de un supuesto desdén por el medio ambiente frente al crecimiento económico. El rechazo al proyecto Dominga habría dejado en evidencia tal conflicto. Sin embargo, por distintas razones la explicación parece poco creíble. Primero, cualquier buen economista -y por cierto los tres salientes lo son- sabe que tal tensión puede ser mitigada con un diseño técnico adecuado. Segundo, nadie puede sorprenderse de las preocupaciones de un equipo económico frente a la decisión política de rechazar inversiones por US$ 2.500 millones, y menos dado el paupérrimo desempeño de la economía. De hecho, callar hubiese sido lo irresponsable. Tercero, si el problema era que la troika económica era demasiado técnica, muy neoliberal, poco progresista o cualquiera sea el término utilizado para justificar su despido, ¿para qué nombrarlos en primer término? ¿Se apostó a "civilizarlos"? Cuarto, dado que la administración termina en pocos meses, ¿no hubiese sido más apropiado poner paños fríos al conflicto? Mal que mal, Chile ya ha hipotecado bastante su prestigio y el nuevo golpe no hace más que contribuir a la incertidumbre y perplejidad. Así, Dominga debe ser una excusa para algo más que desavenencias respecto de la tensión entre crecimiento y el medio ambiente. Por donde se mire, su rechazo no justifica dejar partir a dos ministros y a un subsecretario. Tiene que haber más, mucho más. Desde un punto de vista organizacional, las salidas de Valdés, Céspedes y Micco reflejan el profundo problema de liderazgo que ha afectado a la administración de la Nueva Mayoría. Y no nos confundamos. Las dificultades no nacen de la falta de liderazgo -no es desorden lo que hemos observado-, sino la presencia de uno afiebrado. Me explico. Independiente de su naturaleza, dos rasgos conexos caracterizan a una organización conducida en base a un liderazgo positivo. Primero, un proceso de planificación detallado que ordena las acciones en pos del objetivo de interés; y segundo, la construcción de relaciones sólidas y cercanas entre el líder, sus asesores y sus subordinados, de manera tal que la comunicación fluya con respeto y se promueva la lealtad y la confianza. ¿Será que hubo fallas en lo primero? ¿Debilidades en lo segundo? Realmente, no importa. A confesión de parte, relevo de pruebas. En el contexto de nuestra historia reciente, el despido masivo del equipo económico sin una clara justificación es un duro golpe a nuestra reputación. Los reemplazados no fueron removidos por proponer malas medidas o equivocados ajustes. Los reemplazantes tampoco fueron nombrados para activar el país. Preocupante. ¿Qué hacer? En el largo plazo, reconocer y concientizar que este tipo de situaciones no pueden volver a producirse. En el intertanto, esperar que las nuevas autoridades hagan control de daños. Quedan seis meses. Ojalá sean como seis minutos, pero no debajo del agua. Todo día no puede volver a ser peor. Columna publicada en El Mercurio.
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Columna

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Política

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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