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El mercado académico

3 de octubre del 2016


La Universidad del Mar tenía más de tres mil docentes en el 2008. Solo cuatro años después, cerca de mil se habían marchado. ¿Los buenos o los malos se quedaron hasta el hundimiento del Titanic de la educación superior chilena? No hay datos para contestar la pregunta, pero una cosa es segura. De haber operado el mercado, los mejores profesores deberían haber partido tempranamente (otras casas de estudios podrían haber demandado sus servicios), dejando a los peores en el fatal barco. Descarnado, pero probable resultado. No faltaran quienes se escandalicen por esta lógica de mercado, tan injustamente vilipendiada. Pero la traigo a colación pues permite entender los orígenes de los problemas que aquejan al sistema universitario y, también, lo cerca que estamos de hundirlo permanentemente. Vamos por partes. Antes del arribo de la incertidumbre a las universidades -resultado natural de las deficientes reformas de esta administración-, el mercado académico chileno era bastante competitivo, particularmente para los profesores destacados. De la mano de atractivas ofertas, las grúas los movían entre universidades o los dejaban en las mismas con mejores condiciones. Bien por ellos, las instituciones y, por cierto, los estudiantes. Sin embargo, el fenómeno fue de mucho menor extensión que lo deseado, sobre todo durante la última década. ¿La razón? El descomunal crecimiento del sistema. Es que entre el 2005 y 2014, la matrícula universitaria pasó de 465 mil a casi 700 mil estudiantes. Por eso competir por los docentes existentes no era suficiente. ¡Había que inventarlos! Y así se hizo. Nadie sabe de dónde salieron, pero las estadísticas muestran la "aparición" de 20 mil nuevos docentes universitarios en solo diez años (más del 50% con jornada por hora y cerca del 40% sin estudios de posgrado). Para muchos de los novatos no debe haber sido fácil tratar de educar y menos al creciente número de estudiantes universitarios con amplias lagunas, para no decir océanos, en sus bases académicas. Y el precio lo terminaron pagando los mismos jóvenes. Su formación fue deficiente y sus cartones insípidos (el académico no es el único mercado descarnado), claros signos de una mala educación. Entonces vamos al presente. ¿Se hacen cargo las actuales reformas de la problemática? Para nada. De hecho, no hacen más que acrecentarla. La fijación de aranceles, las pellejerías que ha significado la gratuidad para las buenas universidades y la menor autonomía propuesta solo traban la competencia académica. Se legisla creyendo que las fuerzas de demanda y oferta no operan en el mundo de las ideas y las ciencias. ¡Craso error! Por eso, si todo se concreta, como en el caso de la U. del Mar, no serán pocos los académicos que huirán anticipando el desastre. Muchos buenos dejarán la docencia y los mejores buscarán continuar la academia en otras tierras. Los peores serán la mayoría, lo que contribuirá al infortunio. Entonces, se habrá finalmente hundido el sistema universitario en Chile. Columna Publicada en El Mercurio.
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Columna

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Educación

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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