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La economía del terror

24 de noviembre del 2015


Los ataques en Beirut, París y Mali, el derribo del vuelo 9286 de Metrojet, nos han recordado el horror que significa el terrorismo. Son todas muestras de lo que se ha catalogado como el nuevo estado "normal" de las sociedades. Tristísima y preocupante situación. Desde la economía, no han sido pocos los esfuerzos por comprender el terrorismo. Estos van desde la evaluación del impacto de los monstruosos actos hasta los desafíos organizacionales que enfrentan los grupos subversivos; pasando por los factores individuales y sociales que gatillan el fenómeno, las características psicológicas de sus líderes y seguidores y, por cierto, los costos de prevenirlo. Y si bien los esfuerzos no han logrado eliminar la lacra, sí han permitido identificar elementos que desincentivan su aparición y reducen la productividad de sus ataques. Por ejemplo, la evidencia sugiere que es la ausencia de libertades civiles, más que las malas condiciones económicas de la población (pobreza y desigualdad), lo que gatilla el terrorismo. Por eso, el subdesarrollo por sí solo no explica la violencia, sino que su combinación con conflictos políticos y étnicos (Latinoamérica es un claro ejemplo). Por otra parte, los datos sugieren que la integración económica puede reducir la "producción" agregada de terrorismo, mientras que el fortalecimiento de la familia tiene el mismo efecto, pero a nivel individual. Y si bien no es sencillo encontrar la composición exacta, las acciones contra el terrorismo más costo-efectivas son aquellas que combinan correctamente el castigo y la disuasión. Ahora bien, una vez organizado, el éxito de un grupo terrorista depende de su capacidad para extender su dominio económico. El Estado Islámico es un claro ejemplo. Se estima que sus negocios con el petróleo generan entre US$ 800 mil y US$ 1,6 millones diarios, lo que sumado al cobro de impuestos y venta ilegal de antigüedades le permite mantener un ejército bien pagado de más de 30 mil hombres: sueldos mensuales entre US$ 350 y US$ 500 por terrorista, tres veces el salario promedio en la región, con incentivos de promoción en base a "productividad". Por eso los esfuerzos mundiales por limitar el financiamiento del grupo. Así, la solución económica al terrorismo no pasa por entregar tierras o dinero. Requiere comprender la organización de grupos terroristas para anularlos. Implica utilizar los incentivos para afectar comportamiento, entender las funciones y objetivos de los grupos para desmantelarlos, identificar sus fuentes de financiamiento para ahogarlos. ¿Es relevante esto para Chile? Por cierto. Guardando todas las proporciones, la situación en La Araucanía es insostenible. La discusión de si los crímenes en la región son actos terroristas no justifica la incapacidad de las autoridades para batallarlos. Las inversiones tempranas en contra de la violencia son las más costo-efectivas. En La Araucanía hace rato que se pasó la hora.
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Prensa Escrita

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Columna

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Sector Público

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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