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La generación egoísta

16 de abril del 2017


Suponga que tiene dos hijos. Uno talentoso y otro no tanto. Asuma además que les inculcó tempranamente el amor por el prójimo. Así, ambos son altruistas y solidarios. ¿En cuál de los dos Ud. invierte más? Si la felicidad como padre depende del bienestar agregado del hogar, no sería raro que tuviese que apostar por el más agraciado. ¡Qué brutalidad! ¿Por qué perjudicar al menos aventajado?, se preguntará. Dele una vuelta: Si el hermano más afortunado puede sacarle más provecho al esfuerzo parental, asegurará no solo el bienestar propio, sino también el del menos aventajado. El próspero futuro de los dos hermanos altruistas estaría entonces confirmado. Contra-intuitivo, pero efectivo argumento. Pero el escenario propuesto para llegar a tal resultado es poco realista, así que se lo cambio: Suponga que uno de los hermanos es de naturaleza egoísta (pueden ser ambos). Este tratará de asegurar su bienestar incluso a expensas del otro. Por supuesto, como buen padre, Ud. sigue buscando la mayor dicha agregada. Entonces, ¿cómo distribuiría los recursos entre los retoños? La solución anterior ya no aplica, pues sería aprovechada por el egoísta. ¿Será posible asegurar el bienestar del hogar con alguna estrategia parental? ¿Se podrá forzar al egoísta a comportarse en forma altruista? En 1974 Gary Becker nos iluminó al respecto. El Nobel de economía dio una solución al problema del hijo egoísta (o podrido) ( rotten kid ). Dice así: Para asegurar el bienestar agregado, los padres deben anunciar que ajustarán toda transferencia de recursos en el evento que existan comportamientos errados. Por ejemplo, si el mal portado se aprovecha, se le quita la mesada y se compensa al aprovechado por las pérdidas provocadas por el hermano. Así, el anuncio obliga al egoísta a controlar sus instintos, a comportarse como altruista. Una simple regla económica asegura que el podrido no se aproveche del hermano. El potente mecanismo tiene implicancias directas sobre las políticas públicas. Le doy un ejemplo. Considere una sociedad con dos generaciones. Una más egoísta que otra. Ambas compiten por recursos. El Estado les entrega beneficios sociales. Entonces, para maximizar el bienestar general es necesario que los incentivos estén alineados. Esto pasa por asegurar que quienes piden sin reparar en el bienestar del prójimo internalicen el costo de sus demandas, que quienes son movidos por el egoísmo no puedan aprovecharse del resto (hay que tener ojo, pues una generación puede fingir ser altruista). Por eso, cuando un gobierno olvida los incentivos y cede a las exigencias de los egoístas, arriesga el fracaso. Al final del día, el votante mediano sabe y castiga cuando se le facilita la tarea a quienes, movidos por la ambición individual, buscan colarse a la fila a la mala. Algo similar pasa en el hogar. Si es el hijo "podrido" quien sistemáticamente se ubica en la delantera de la cola de las mesadas, los hermanos tratarán rápidamente de abandonar el hogar disfuncional. Es que como ocurre con los gobiernos ineptos, el egoísmo nunca pasa colado. Columna publicada en El Mercurio.
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editMedio de publicación

Prensa Escrita

faceTipo de contenido

Columna

styleCategorías

Políticas Públicas

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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