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Un nuevo discurso para la centroderecha

20 de julio del 2017


A la centroderecha le cuesta ser gobierno. La Concertación se apropió de una retórica políticamente efectiva, crecimiento con equidad, que paradójicamente hundía sus raíces en el legado de Pinochet de la economía social de mercado, para gobernar sin contrapesos y cerrarle el paso a la centroderecha entre 1990 y el 2009. La candidatura de Sebastián Piñera tomó ventajas el 2009 de una coyuntura económica negativa con un desempleo desbordado del 12% y pese a sus logros no impidió el retorno triunfante de una remozada Concertación 2.0, la Nueva Mayoría, que pareció inaugurar un nuevo y exitoso ciclo electoral. Su estrepitoso fracaso en solo tres años abre una gran interrogante sobre cómo se explica que una coalición que se presentó como redentora de los más débiles haya sufrido tal erosión de popularidad. Hoy a la centroderecha se le presenta una oportunidad de volver al poder repensando el Chile del futuro con un discurso coherente con su ideal libertario, pero con mayor contenido político. Desde luego, entender que una economía sólida es condición necesaria, pero no es suficiente para enarbolar la bandera de los más desposeídos. Es en el anhelo de justicia social donde se jugará su principal disputa con la izquierda, porque es en el ideal de justicia donde se reconoce la impronta de un gobierno integrador y es allí donde la centroderecha tiene mejores ideas de cómo avanzar hacia una república justa y mayor capacidad para gestionar los cambios requeridos. Chile ha logrado impulsar en las últimas décadas de la mano del crecimiento económico, mejor infraestructura, mayor cobertura educacional y oferta de servicios sociales, incrementos del ingreso familiar, reducción de la pobreza e incluso de la desigualdad de ingresos en los hogares. Pero quedan muchos nudos indeseables de desigualdad de recursos: altas diferencias de productividad y dispersión de salarios, un Estado relativamente ausente en ciertas áreas de seguridad social, un sistema educativo con profundas brechas de calidad y enormes diferencias materiales en la geografía de las ciudades entre barrios acomodados y poblaciones. Asimismo, hay lacerantes desigualdades de trato digno en el lugar de trabajo, la calle, el trasporte y, en los servicios públicos, solo nombrar el terrible abandono de los niños que pueblan el Servicio Nacional de Menores. La futura disputa presidencial será, por lo tanto, una batalla de ideas con renovado énfasis en los temas de las desigualdades injustas. La centroderecha contará a su favor con la evidencia del fracaso del paradigma de los derechos sociales al alero de una retroexcavadora que frenó la economía y la creación de empleos asalariados productivos y que está teniendo otros retrocesos sociales relevantes, en especial, en educación en todos los niveles. Pero debe articular un discurso creíble que reconozca el imperativo de abordar las aún arbitrarias desigualdades. No se trata de copiar un igualitarismo ramplón. Se trata de fortalecer las instituciones sociales, ensanchar los espacios de libertad de la sociedad civil y, ampliar las bases para un buen gobierno lo que supone abordar con decisión un gasto focalizado en los sectores vulnerables en los temas más sensibles donde el acceso a una provisión digna está lejos de ser equitativo: seguridad pública, pensiones, trasporte, salud y educación. Columna publicada en La Segunda.
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Política
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Carlos Williamson

Ingeniero Comercial UC y Master of Arts de la Universidad de Chicago, EE.UU.

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