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Papelucho radicalizado

20 de septiembre del 2016


"Ahora que no tengo útiles para hacer mis experimentos, tengo que hacerlos con las cosas de otro. Por eso le pedí a Miguel, el jardinero, que me diera un alicate y un alambre. Y tuve que regalarle dos corbatas de mi papá. Papá tiene demasiadas corbatas, y eso es como avaricia, y también hace que Miguel se ponga comunista". Hasta allí llegué leyendo Papelucho a Isidora, Ignacio y Agustín. No recordaba el pasaje del primer libro de la serie de Marcela Paz publicado en 1947 (un año antes de la "Ley Maldita"). Sin compartir en nada sus extremos principios, me disgustó el sesgado trato del texto infantil al comunismo (¿acaso mi subconsciente nunca olvidó el fragmento?). El desarrollo libre de la visión ideológica de mis hijos, pensé entonces, es demasiado importante como para obviar el mensaje. Escribo estas líneas desde Beirut, en donde participo de una conferencia para entender las ramificaciones socioeconómicas del conflicto en la región árabe. Y guardando las inmensas diferencias, y quizás por el jet lag, la discusión técnica en torno a las dificultades de mantener a la juventud alejada de ideologías extremas me llevó a recordar la experiencia con mis retoños y a preguntarme: Como padres, ¿hasta dónde podemos definir los límites ideológicos de nuestros hijos? La pregunta no es tan loca como parece. En "Moral Politics", George Lakoff plantea una relación entre las prácticas parentales y la ideología de los hijos (recomiendo también "The Economics of Political Violence", de D. Gupta). Su argumento es notable. En simple, según el autor, el modelo de crianza de padres estrictos, de amor duro, en donde la autoridad define las políticas en la casa y las reglas de comportamiento, produciría adultos que ven en su propia disciplina su autosuficiencia, convencidos de que el autointerés moral promueve el bienestar social. Ellos respetarían a la autoridad, pero su progreso no dependería de ella. Se sientan así las bases de la ideología conservadora. Por el contrario, escribe Lakoff, el modelo de padres cariñosos apuntaría a otra ideología. Niños criados bajo ese esquema se volverían autosuficientes sobre la base del cariño y respeto de su familia y comunidad. La obediencia vendría del amor, no de las reglas. Se promovería la empatía por otros. La búsqueda moral del interés individual sería solo entendido dentro de esas prioridades, sentándose las bases del liberalismo. Evidentemente, la decisión de no leerles Papelucho a mis hijos fue, en último término, ideológica. Es que no hay forma de evitarlo. Si hacemos algo, los afectamos, y si no lo hacemos, también. Ellos dependen estructuralmente de nosotros. Entonces, ante la global tentación de la juventud de caer en la radicalización y el extremismo, es difícil no pensar en la responsabilidad de los padres. No tengo la respuesta aún, pero les dejo la inquietud: ¿Cuán disfuncional deben ser las prácticas parentales para generar un Papelucho ideológicamente radicalizado? Publicada en El Mercurio.
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Columna

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GeneralEducación

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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