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El peso de la confianza

29 de enero del 2018


Las bajas tasas de crecimiento del último cuatrienio nos han pasado la cuenta en materia de empleo, ingresos fiscales e inversión. Por ejemplo, en materia de empleo, las últimas cifras publicadas por la Universidad de Chile muestran que el desempleo en el Gran Santiago alcanzó un 8,2%, la mayor tasa para este trimestre desde 2009. De igual forma en estos últimos cuatro años hemos visto sucesivas caídas en la inversión y un mayor deterioro de la posición fiscal, provocada en parte por el aumento progresivo del gasto público y una menor recaudación esperada. Estas situaciones son comunes en ambientes de menor dinamismo económico, pero al mismo tiempo debilitan la confianza. Numerosos trabajos mencionan la relación que habría entre la confianza de los consumidores y el consumo e inversión de los hogares. Un trabajo de Ludvigson (2004) argumenta que la confianza de los consumidores y el consumo privado están positivamente correlacionados. En particular, según dicho autor, la confianza parece predecir alrededor de un 15% de la variación del consumo en el trimestre inmediatamente posterior a su medición. Kilic y Cankaya (2016) encuentran resultados similares relativos a la relación entre ambas variables usando otros métodos. También Mishkin (1978) argumenta que la confianza y la inversión de los hogares (consumo durable) están positivamente correlacionadas. Si bien podemos entender como la confianza afecta las decisiones que toman los hogares, la pregunta natural es cuánto puede afectar a la economía. De acuerdo con un estudio realizado por Matsusaka y Sbordone (1995), cerca de un 13% a 26% de las variaciones del PIB se podrían explicar por variaciones en la confianza de los consumidores; al mismo tiempo, Golinelli y Parigi (2004) encuentran que la confianza de los consumidores no puede ser explicada sólo por factores macroeconómicos y que, en general, la confianza tendría cierto poder predictivo sobre crecimiento. En la misma línea, Gelper y coautores (2007) proveen evidencia de que la confianza de los consumidores afecta al consumo, aunque de forma rezagada (entre cuatro a cinco meses). Adicionalmente, los autores muestran que la confianza de los consumidores predice mejor el comportamiento del consumo de servicios que el de bienes durables o no durables, y que no sólo sería una buena fuente para predecir en horizontes de corto plazo, sino también en el largo plazo. Finalmente, Taylor y McNabb (2007) proveen evidencia de que tanto los indicadores de confianza de los consumidores como los indicadores de los inversionistas son pro cíclicos y juegan un rol importante en predecir el ciclo económico, en particular, en predecir las recesiones. Sin embargo, uno de los problemas fundamentales es que si bien sabemos sobre el efecto de la confianza, todavía sabemos poco sobre las causas de esta, situación que también señala Ludvigson. Algunos estudios de la década de los ‘90, como Fuhrer (1993), sugieren que gran parte de la confianza -alrededor del 70% (medida con el Indicador de Confianza del Consumidor de Michigan)- está determinada por las fluctuaciones de los agregados macroeconómicos, como el desempleo, la inflación y el crecimiento. Tomando en cuenta esto, todavía existe una parte importante de la confianza que no podemos explicar, que posiblemente esté muy determinada por la calidad de las políticas públicas que se estén implementando. Estas últimas son las reglas del juego que determinan la cancha en la que se mueven los agentes económicos y, por lo tanto, posiblemente sean responsables de una parte importante de los cambios en confianza. Considerando la medición de la confianza del IMCE (Indicador Mensual de Confianza Empresarial) elaborado por Icare, observamos que desde finales de 2013 hemos caído por debajo de los niveles de confianza promedio de los últimos diez años. Uno de los desafíos que tenemos por delante es lograr levantar la confianza y uno de los caminos para lograr esto es mejorar las políticas públicas: su diseño e implementación. Las materias de regulación económica deben proveer certeza jurídica y reglas claras para los agentes económicos. De igual forma, los problemas de los sectores sociales -como los sectores previsional y educacional- deben considerar diseños duraderos y sustentables, evitando las improvisaciones que se han observado en el último tiempo. Enfrentar estos problemas con seriedad debe ser el primer paso para levantar la alicaída confianza. Columna publicada en el diario Pulso.
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Rodrigo Cerda

Doctor y Master en Economía, Universidad de Chicago. Ingeniero Comercial y Magíster en Macroeconomía UC.
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