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Reconstruir los cerros devastados de Valparaíso en conciencia

8 de enero del 2017


Hace más de un año, en abril de 2014, en esta misma columna escribí (luego de visitar los cerros de Valparaíso en medio de la catástrofe) sobre la necesidad imperiosa de intentar nunca más vivir este horror. Para ello planteábamos que restablecer el equilibrio necesario requería de olvidar el concepto de "dominar la naturaleza" -que ha sido lo propio del quehacer en los cerros devastados-. Toda vez que ella, la naturaleza, será siempre más poderosa y requerimos habitar en y con ella, pero en conciencia. Advertimos, en esa oportunidad (y desgraciadamente así sucedió) que intentar resolver el tema de este drama con la simple y habitual solución de sembrar casas de la misma e inconsciente manera, dejaría vulnerables a esas o a otras familias que han vivido los horrores más nefastos por la irresponsabilidad de todos y especialmente de los que tenemos el privilegio de no pertenecer a esos grupos vulnerables. Cabe preguntarnos, ¿qué tendrá que pasar para que todos como sociedad nos hagamos cargo de esta inconsciencia que atenta contra la vida y contra el más elemental de los derechos humanos? Valparaíso, no hace falta decirlo, es una ciudad de cerros, plan y mar que puede volver a ser, fácilmente, de las ciudades más hermosas, con gestiones que apunten a realizar lo más simple, cual es entender que la naturaleza es algo con lo que debemos vivir y saber convivir armónicamente. Hay que saber tratar con mucha precisión y respeto a la naturaleza y adorarla como a una madre. Lo fundamental es encontrar rápidamente, pero con la mayor urgencia y conciencia, la coincidencia de lo esencial de cada uno de esos cerros y lugares a intervenir. Se nos presenta nuevamente como país una gran oportunidad de realizar las cosas bien. Por esto, es tan importante saber priorizar el bien común, cuestión fundamental, pero que, al parecer, hemos olvidado como sociedad. Los espacios entre las casas y entre los edificios pertenecen a lo común, el pensar y diseñar esos espacios en los lugares no vulnerables es más importante incluso que las propias construcciones. En nuestro país, que sueña y debe alcanzar el desarrollo, la defensa de lo común debe ser realizada con la mayor urgencia, implicando a las comunidades, entendiendo lo propio de cada lugar, aunando a muchos que entienden que no se trata de cuestiones difíciles, sino de simples respuestas a lo más esencial del quehacer humano: el habitar en forma digna. Como sociedad estamos paralizados ante esta urgente realidad y solo sabemos reaccionar (afortunadamente con buen espíritu y solidaridad) frente a los desastres reales de las catástrofes, en los cuales siempre están afectadas las familias de menos recursos económicos y, por tanto, de más vulnerabilidad. Sin embargo, la historia nos demuestra que la eficacia no tiene que ver principalmente con los recursos; la eficacia tiene mucho que ver con una dimensión ética, y también estética, sobre todo en un momento de crisis. La búsqueda de una mejor calidad de vida en los llamados "maravillosos cerros de Valparaíso" requiere de simples y eficientes decisiones, que hoy se convierten en exigencias insoslayables para toda nuestra sociedad. Llegó la hora de frenar estos desequilibrios de nuestras ciudades si pretendemos llegar al desarrollo al que aspiramos como país. El incendio de Valparaíso de 2014 fue considerado por expertos como el incendio urbano más grande de nuestra historia. El Estado chileno (independiente del color político de turno) se ha convertido en el mayor degradador, creando y permitiendo periferias de marginalidad urbana con resultados nefastos por todos conocidos. La desvinculación de la preocupación del bien común, del espacio común y de la buena arquitectura en las viviendas sociales es un hecho real, y la responsabilidad es, qué duda cabe, de todos, como sociedad, pero principalmente de las políticas de los organismos públicos, que han dejado fuera de acción el campo de lo específico de las ingenierías y de la arquitectura, delegando este tema fundamental a un accionar privado o público muchas veces sin conocimientos técnicos. Por último, no se trata de simplemente eliminar las plantaciones en las quebradas; al contrario, se trata de, junto con expertos en paisaje público, resolver el tema con precisión y justeza. Al parecer, llegó el momento de que con voluntad política se vuelva, como sucedió en el Chile de inicios del siglo XX, a trabajar con las especialidades de nuestros profesionales y no dejar esto a cuestiones de la mano del simple y siempre egoísta mercado en materias propias del bien común. Columna publicada en El Mercurio. El autor es miembro del Consejo Asesor Nacional de Clapes UC.
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