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Subirse al cambio tecnológico

7 de agosto del 2017


Para quienes fuimos niños en el Chile de los 80, el programa de televisión "Mundo" de Hernán Olguín era una ventana al futuro. Robots en empresas, mayor producción por nueva tecnología, humanos y autómatas trabajando en conjunto. Una mezcla de ciencia dura y ficción, algo que quizás nos depararía un futuro lejano. Pues bien, ese futuro está hoy revolucionando el presente. Masiva robotización de tareas, inteligencia artificial en la optimización de procesos, esqueletos mecánicos para el apoyo del humano son una realidad. Se estima que más de 40 millones de robots serán vendidos de aquí al 2019 para uso doméstico y más de 14 millones para uso industrial. Inmensos logros del talento y creatividad del ser humano, solo comparables al tamaño del desafío que implican. La revolución ha sido seguida con atención desde la economía, particularmente en lo relativo a sus consecuencias en el empleo. No es la primera vez que nos enfrentamos a transformaciones tecnológicas, así que sabemos que desconocer sus efectos sería un error. Por una parte, los avances incentivan el reemplazo de personas por máquinas. Por otra, estos aumentan la productividad del trabajador preparado para ajustarse, dispuesto a dejar las tareas rutinarias y reinventarse. ¿Qué efecto domina? Es temprano para un veredicto, pero la historia nos ha enseñado que los cambios tecnológicos, más que destruir empleos, los han creado. Pero el resultado, como siempre, no está asegurado. Todo depende de las circunstancias. En Chile, por ejemplo, la combinación de una reforma sindical extemporánea y atrasos en materia educacional -una de las causas de nuestra baja productividad laboral- ofrece las condiciones ideales para que las empresas aprovechen la oportunidad y apuesten por la sustitución tecnológica del trabajador, para aumentar su competitividad. ¿Impacto sobre pobreza y desigualdad de ingresos? Buena pregunta. Así, ante la nueva revolución industrial, el país no puede quedarse de brazos cruzados. Primero, es necesario innovar legislativamente para modernizar las reglas laborales. Segundo, hay que asegurar pertinencia y calidad en todos los niveles educativos. Incorporar eficazmente la programación en el currículum. Transformar el liceo técnico-profesional en una opción de calidad. Tercero, reformar el sistema de capacitación, haciendo al Sence un motor y no un lastre para nuestra productividad. Cuarto, el Estado debe facilitar y promover la transformación. Urge entonces su modernización. Ojalá el abanico de temas desvele a los cerebros tras los programas de gobierno de los candidatos a la presidencia. Esto no es ciencia ficción, es realidad. No es futuro, es presente. El costo económico y social de no subir a la población a los patines de la actual revolución tecnológica es demasiado alto. Con algo de visión y liderazgo podemos terminar de una vez por todas con lo que Aníbal Pinto denominó en 1959 "Chile, un caso de desarrollo frustrado". A no desperdiciar otra oportunidad. Columna publicada en El Mercurio.
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Prensa Escrita

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Columna

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Laboral

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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