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Un imperativo moral

16 de abril del 2017


Para ciertas personas el crecimiento es solo un dato, una cifra, una estadística en una página Excel. Tal vez es por ello que piensan que el crecimiento económico no tiene vinculación alguna con el bienestar de las personas. Es más, insinúan que existiría un cierto antagonismo entre bienestar social y crecimiento. La Presidenta ha llegado a afirmar: "A mí no me interesa para nada un crecimiento económico brutal por sí solo; el crecimiento económico tiene que expresarse en una mejora en la vida de las personas", y no le importa que su gobierno haya tenido las peores cifras desde hace años en este ámbito, porque lo que importa es la protección social. Cabe preguntarse, ¿es posible mejorar las vidas de todas las personas sin crecimiento económico? El hecho es que el crecimiento económico sostenido por varias décadas es lo que ha permitido a millones de personas salir de las condiciones denigrantes de pobreza y extrema pobreza. Con ello, no solo han cambiado de un quintil a otro. Salir de la pobreza significa un cambio profundo de las personas y las familias, porque permite mayor dignidad personal, autoestima, respeto por sí mismo y autonomía personal. Por otra parte, el crecimiento es lo que permite a los gobiernos y al Estado recaudar, a través de los impuestos, más recursos para paliar las necesidades sociales que el mercado por sí mismo no puede satisfacer, y así, a mayor crecimiento, más recursos disponibles para el gasto social. En cambio, los llamados "derechos sociales", que no se pueden financiar por falta de recursos, son solamente una abstracción ideológica que no mejora la vida concreta y real de las personas. El crecimiento económico permite crear trabajos y mejorar los salarios de todos, especialmente de los más pobres, lo cual a su vez es lo que permite a las personas cuidar de sus familias y tener la satisfacción de valerse por sí mismos y poder soñar un futuro mejor para sus hijos. De hecho, el crecimiento económico es lo que ha permitido a los hijos de hoy tener un nivel educacional y un bienestar muy superior al de sus padres, y con ello han desarrollado mayor conciencia respecto de sus derechos y se les ha abierto un horizonte de posibilidades de desarrollo personal. Además, permite a las personas tener viviendas dignas, y con ello espacios de intimidad para formar familias y desarrollar mejor su dimensión afectiva. Es solo este cambio extraordinario en las condiciones materiales de vida lo que ha ampliado la posibilidad de más tiempos de ocio y recreación, ha abierto la posibilidad a cientos de miles de chilenos de viajar y conocer otras realidades y así expandir sus horizontes; ha dado acceso a bienes materiales -que antes estaban reservados solo para los más privilegiados-, los cuales mejoran considerablemente su calidad de vida. Así y todo vivimos en un país donde más de dos millones de seres humanos aún no reciben el beneficio del crecimiento, donde muchos otros viven en una situación de vulnerabilidad y en el temor de volver a caer en la indignidad de la pobreza. La pobreza, que el crecimiento económico ha ido disminuyendo en forma dramática, no implica para quienes la sufren solamente privaciones materiales, sino, entre otras cosas, mayores conflictos familiares, mayores problemas mentales, hacinamiento, peores logros educacionales, cesantía juvenil y desesperanza ante la marginación de todos los beneficios que entrega la modernización. No hay contradicción entre crecimiento y justicia social. Por el contrario, uno es prerrequisito de la otra. Por eso, hoy día, es un imperativo moral volver al crecimiento económico. *Lucía Santa Cruz es miembro del Consejo Asesor Nacional de Clapes UC Columna publicada en El Mercurio.
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