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Una historia de dos países

11 de abril del 2016


Un reciente viaje a Santiago me hizo reflexionar sobre una paradoja. Uno esperaría que los habitantes de un país cuya economía se ha desempeñado positivamente según estándares regionales se encuentren satisfechos con sus vidas y con sus líderes. Sin embargo, el sentimiento predominante no es de satisfacción, sino de enojo, y presenta considerables índices de baja aprobación tanto del Presidente como de otros líderes. Lo curioso es que no estoy hablando de Chile, sino de mi propio país, Estados Unidos. Durante más de una década, hasta 2005, el crecimiento de la productividad fue rápido. Este período llegó a su fin con la crisis financiera y la Gran Recesión. Pero la economía ya había tocado fondo en junio de 2009. En tres meses más, la actual recuperación económica va a cumplir siete años, una extraordinaria y duradera expansión para estándares históricos. Sin embargo, existe un profundo desencanto con la clase política. Liderando como candidato presidencial republicano tenemos no a otro, sino a Donald Trump, que se parece más al populista latinoamericano tipo Juan Domingo Perón o Hugo Chávez, que a un experimentado político. Los factores tras el desencanto del electorado estadounidense probablemente suenen familiares para el público chileno. De partida, existe un problema de inequidad. No se trata sólo del creciente ingreso del 1% más rico; toda la clase trabajadora ha sido dejada atrás y los sueldos están estancados desde hace décadas. Trump y sus rivales para la nominación republicana insisten en que más inversión empresarial hará levantar todo. Por el lado demócrata, tanto Bernie Sanders como Hillary Clinton están enfocados en el aumento de impuestos y en la redistribución. Ningún partido ofrece un plan convincente sobre cómo lograr crecimiento con equidad. Más complicado aún es que contrario a lo que ocurría antes de la crisis financiera, Estados Unidos tiene un problema de productividad. El factor de crecimiento de la productividad total ha disminuido a sólo la mitad de ritmo de 1996-2005. Esta caída no es exclusiva de Estados Unidos y la disminución en la tasa de productividad total de los factores (TFP) es evidente en toda la Ocde. En Chile, la productividad ha caído en la última década, reflejando especiales dificultades de aumentarla en la minería, donde la falta del recurso es un problema. Sin embargo, cualquiera sea la causa, el resultado es el mismo: el tamaño de la torta no se está expandiendo como antes, aumentando la dificultad de reconciliar crecimiento con equidad, aumentando la ira con la clase política. Luego están los problemas en educación. Donde yo vivo, la educación superior se proporcionaba prácticamente gratis para los residentes, financiada por un gobierno estatal que tenía a la Universidad de California como la joya de la corona en su corona económica. Pero con los ingresos tributarios aumentando más lentamente, la gratuidad ya no es algo que el gobierno pueda solventar. Puede que Estados Unidos tenga una sana competencia entre las universidades públicas y privadas, pero también hay universidades privadas inescrupulosas interesadas sólo en los beneficios económicos y no en impartir conocimiento. Por lo tanto, cómo lidiar con las deudas impuestas a estudiantes poco informados por parte de empresarios educacionales oscuros se ha transformado en un tema importante en el actual debate político. Y aunque Estados Unidos continúe proporcionando educación superior de excelencia, no se puede decir lo mismo de su educación en escuelas de educación primaria y secundaria. El estatus socioeconómico continúa moldeando y obstaculizando el rendimiento de los estudiantes, al igual que en Chile. Siendo que el énfasis debiera estar puesto en preparar buenos profesores y dejarlos hacer clases, Estados Unidos está empantanado en un debate no productivo sobre un programa muy costoso de evaluación de estudiantes conocido como Common Core, que determina qué colegios reciben financiamiento y qué profesores son promovidos, pero falla en la medición de lo que los estudiantes están efectivamente aprendiendo. De igual forma, las perspectivas de la reforma a la salud son inciertas. El Obamacare ha aumentado la cantidad de estadounidenses con seguro de salud, pero no ha hecho mucho para contener el crecimiento de los costos. Estados Unidos continúa gastando el doble en salud como porcentaje del PIB que el país promedio de la Ocde, sin resultados visiblemente superiores. Y los opositores al Obamacare ven el mandato individual que requiere que los trabajadores compren un seguro o paguen una sanción tributaria como una infracción a la libertad individual. Todos los candidatos presidenciales republicanos han prometido que eliminarán el programa en su primer día de gobierno. Todo lo que se nos ha ofrecido en su reemplazo es propaganda. Finalmente, están las pensiones. El Seguro Social, el principal programa de pensiones de Estados Unidos, cubre a la amplia mayoría de jubilados, pero proporciona apenas lo suficiente para sobrevivir. Su solvencia a largo plazo está en duda. Hacer que los trabajadores con ingresos altos paguen más impuestos al sueldo para Seguro Social ayudaría a cuadrar el círculo, pero el 1% de mayores ingresos es políticamente muy poderoso como para que esto ocurra. No es coincidencia tener los mismos temas en la agenda política de Estados Unidos y Chile. Aumentar la productividad, equilibrar el crecimiento con la equidad, proporcionar cuidado de la salud y educación eficientemente y reformar a las pensiones son desafíos económicos esenciales en toda la Ocde. Los políticos del establishment necesitan hacer un mejor trabajo en estos temas. De lo contrario, más países se verán enfrentados a su propia versión de Donald Trump.
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