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Veinteañeros

24 de julio del 2017


Los veinteañeros de hoy enfrentan más fuentes de incertidumbre que los de ayer. En lo educacional, una descomunal oferta de opciones amplifica el natural debate interno entre el "qué quiero hacer" y "para qué soy bueno". En lo laboral, el cambio tecnológico y la competencia están transformando la búsqueda de una carrera en un sendero lleno de curvas, lomos de toro y precipicios. En el amor, la postergación de las decisiones de fertilidad y matrimonio han modificado el mercado de "pololeos", haciendo más difícil jugársela por alguien y más habitual la inestabilidad emocional. Mirado de lejos, es un alivio haber pasado por ese período, pero ¿tienen conciencia los jóvenes de lo que se juegan en los veinte? En "La década definitoria", la profesora de la Universidad de Virginia, Meg Jay, ofrece claves para responder la inquietud. A través del relato de su experiencia como sicóloga clínica, la autora no solo describe la ficticia búsqueda de los veinteañeros actuales de una vida única y llena de gloria, sino también el virtuoso cambio que experimentan cuando se les hace ver lo natural de los miedos frente a nuevos escenarios y lo innecesario que es oponerse frenéticamente a lo convencional. Ian, un joven con quien Jay dialoga en su libro, describe el proceso magistralmente: "Un trabajo en una oficina no parece tan malo, sobre todo cuando uno se da cuenta de que no puede tener uno". Elocuente sentido de realidad de quien reconoce que en los veinte se toman decisiones que definen gran parte de la vida. Las sociedades no han sabido conducir tal esencial proceso reflexivo entre los jóvenes. Muy por el contrario, se hacen esfuerzos para esquivarlos y facilitar en exceso la vida. En el ámbito familiar, por ejemplo, un mal entendido amor parental por mantener a los hijos cerca (que raya con egoísmo) dilata la adolescencia, posterga la independencia y aplaza las obligaciones (casi el 60% de los veinteañeros chilenos viven con sus padres). Y las políticas públicas a veces se dejan llevar por un espíritu similar. Sin ir más lejos, el despilfarro que es la gratuidad de la educación superior en Chile implica postergar las responsabilidades de fondo (calidad), beneficiar a muchos afortunados y aplazar las acciones del Estado en materias de mayor retorno social (niñez). Pésimo ejemplo. Los costos sociales de una generación que transita muy sosegadamente, casi rechazando su compleja realidad, son muy altos. Como planteó el famoso psicoanalista Erik Erikson, la búsqueda del joven no es la permisividad, sino nuevas formas de enfrentar lo que realmente cuenta. Todos podemos contribuir a ese proceso. Por eso, en un año de elecciones, recomiendo a todo candidato que busca conectarse con los jóvenes el libro de Meg Jay. Nadie a los treinta debería despertarse preguntando "¿por qué nadie me advirtió las consecuencias de retrasar las obligaciones?". Ese es un fracaso país que hay que evitar. Columna publicada en El Mercurio.  
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Columna

publicColaboración con Instituciones Internacionales

Universidad de Maryland
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Sergio Urzúa

Ing. Comercial U. de Chile. Ph.D. en Economía U. de Chicago (EE.UU.). Associate Professor University of Maryland.

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